domingo, 7 de junio de 2009

RUTA POR EL BARRIO CHINO DE BARCELONA

El Raval es uno de los barrios más peculiares de la ciudad, tanto por su historia como por la sorprendente evolución que ha experimentado en los últimos años.
Esta ruta delimitada entre Las Rambla y el Paral.lel, por un lado; y el puerto y la ronda de Sant Antoni, por otro, nos muestra un barrio mestizo; canalla e insalubre unas veces y moderno y cosmopolita otras. Y es que todo tiene su historia.
En el año 1800 el Raval tan sólo era una zona de huertos. Cuando llegó la industrialización en el siglo XIX, las fábricas textiles llegaron al barrio y, con ellas, una ola desmesurada de inmigrantes. La falta de higiene y de criterios urbanísticos y la gran masificación trajeron al lugar graves epidemias.
El Raval se había convertido en un gueto en el que nadie se atrevía a entrar, una zona maldita conocida como el “barrio chino” por las similitudes encontradas con el problemático Chinatown de San Francisco.
El primer núcleo importante se había establecido alrededor del monasterio románico de Sant Pau del Camp, fundado en el año 914, y del que actualmente se conserva la iglesia, el claustro y la casa abacial. Otro lugar de aquella época era el llamado Pedró, situado en el cruce de las calles Carme y Hospital. Allí se edificó entre los años 1144 y 1171 un hospital para leprosos, cuya iglesia subsiste.
El Raval estaba marcado por numerosos edificios religiosos, instituciones, servicios públicos y hospitales, llegando a ser considerado el barrio de los conventos.
La casa de payés y la casa gremial, eran las construcciones más características de la época medieval.
En 1774 empieza un ambicioso proyecto: se urbaniza la Rambla y se derriba la muralla, uniendo así la ciudad con el Raval y en 1790 se empiezan a urbanizar las calles del barrio del Raval. Hacia 1850 el suelo estaba agotado, el Raval ya era entonces uno de los barrios más densos de Europa. Su carácter marcadamente suburbial propició el establecimiento de toda una pequeña industria ligada a la prostitución.
En el barrio de las Drassanes se vivía en plena calle porque la gente no cabía en los pisos.
En los pisos, se acumulaban en condiciones espantosas, familias de braceros venidos de todas las regiones de España. Los salarios bajos y los elevados precios de los alquileres motivaban que en una vivienda de reducidas dimensiones se alojaran más de una familia, realquilados y hasta gente de paso. Las azoteas con sus gallineros, palomares y talleres para el secado y curtido de pieles de gato, perro y conejo, también se empleaban como improvisados habitáculos.
Las casas de dormir como fondas o posadas, se denunciaban por el terrible hedor que desprendían.
El comercio más desarrollado era el de la trapería y compraventa y empeño de ropa y objetos usados. Abundaban las tiendas de alquiler de carromatos, de pianos de manubrio, las vaquerías, las fábricas de licores y los burdeles.
En las tabernas y en las casas de comer baratas aterrizaba la marinería internacional que arribaba a puerto.
Las mañanas de la calle Arc del Teatre eran lo más parecido a un zoco marroquí. A lo largo de las aceras se establecían puestos eventuales para la venta de frutas, verduras, pescado y carnes, la mayoría de las veces en un estado lamentable. En marzo de 1903 la policía clausuró una tocinería instalada en el nº 54 de la mentada calle: vendían carne de caballo y asno en estado de putrefacción, con la que además confeccionaban embutidos.
El cruce de las calles Arc del Teatre y Migdía, era el lugar más animado del barrio. Allí se asentaba una especie de lonja al aire libre donde se vendía de todo: medias de algodón, boquillas, encendedores, alhajas, paraguas y cigarrillos baratos elaborados con colillas. Los géneros de procedencia ilícita los ofrecían en voz baja y con cierto misterio.
A las 12 horas salían las prostitutas a la caza del hombre, pero antes de medianoche se tenían de ir a casa ya que si la policía las encontraba por la calle procedían a su detención.
Los burdeles constituían el núcleo central del mercado celestino. En algunos se rifaban números a 50 céntimos o a peseta, y el beneficiado tenía derecho a elegir mujer y fornicar gratuitamente. Los burdeles se abastecían de los sectores marginales, generalmente, a través de alcahuetas. Los tratantes no actuaban solos, sus complices eran numerosos: chulos, cantantes, pupileras, empresarios de variedades... Una vez atrapada la mujer pública pasaba a detentar el estatus de una auténtica esclava. Sólo abandonaba el burdel para terminar sus días en un hospital o para incrementar las huestes de la indigencia. La prostituta era un objeto de propiedad que se intercambiaba y se vendía. Los vestidos y comidas eran el pretexto que utilizaban los dueños de estas casas para retener indevidamente a sus pupilas.
En abril de 1900 una casa de lenocinio, situada en la calle del Est nº 14, se hizo tristemente célebre cuando desde el balcón de un tercer piso se arrojaron a la calle tres muchachas en un corto espacio de tiempo, sólo intentaban escapar.
Mujeres y niñas estaban fácilmete disponibles para aquellos que pudieran gastar unas pocas monedas. Madres que ofrecían la virginidad de sus hijas, jovenes que vendías flores, periódicos o billetes de lotería, además de proponer la mercancía, dejaban caer sigilosamente a los oídos de la persona escogida insinuaciones sexuales.
Las casas de dormir daban hospedaje por reducida cantidad, con lo cual ningún cliente osaba quejarse del aspecto depauperado que mostraban. Leoneras indescriptibles, sin ventilación, sin agua, con un solo retrete por rellano, con montones de trapos y papeles que servían de camas.
Hacia 1850 en los bares implantaron la costumbre importada de Francia de dar pequeñas funciones de canto durante las primeras horas de la noche, a estos los denominaron cafés cantantes.
El café de camareras disfrutó de algo más que una pasajera popularidad hacia el año 1912. Al principio las camareras, la mayoría de las cuales provenían de prostíbulos, guardaban una total sumisión a la patrona, que les indicaba el cliente al que debían agradar y complacer. El contacto sexual se llevaba a cabo en reservados del local o bien en sus almacenes o servicios.
En 1913 fue inaugurado el primer cabaret de Barcelona, el Bar del Centro, donde se bailaron tangos y se esnifó cocaína.
La moda de los transformistas o imitadores de estrellas alcanzó su apogeo durante los años de la República. Todos los cabarets del Barrio Chino presentaban en su programa la actuación de un transformista.
Los transformistas tenían una larga tradición en Barcelona. En los albores del siglo XX, Leopoldo Frégoli, considerado el creador del transformismo escénico, fue un ídolo popular.
En el año 1917 hubo una campaña moralizadora. El uso indebido de ciertas sustancias narcóticas anestésicas comenzaba a preocupar. En ninguna ciudad de España existía la impunidad que había en Barcelona para obtener drogas y los venenos más peligrosos. Se vendía opio, morfina, vitriolo, sal de acederas, cantaridina, arsénico, cocaína... En bares, music-halls, farmacias y casas de lenocidio se expendía sin problema alguno.
El 19 de marzo de 1926 se presentaba al público el nuevo establecimiento "Baños Romanos", dedicado exclusivamente a la higiene y belleza del cuerpo, sin mezcolanzas de baños medicinales instalado Nou de la Rambla, 16-18.
Sobre la década de los años 30, se estableció el prostíbulo "Cal Manquet" en la calle Portal de Santa Madrona, 22. Era el más barato del Raval y los fines de semana se formaban largas y patéticas colas. Una mujer vale tres pesetas y viene obligada a practicar el coito bucal solamente. De las tres pesetas deben entregar la mitad a la casa y con la otra mitad atender a su vestido, calzado, perfume, ropa interior, requisitos y ahorro.
Algunos sábados y domingos se calcula que desfilan por la casa cinco mil hombres, lo cual le produce al dueño siete mil quinientas pesetas...
En el Raval se habían instalado clínicas de vías urinarias y las casas de gomas, en las que se anunciaba toda clase de tratamientos y lavajes, donde se exponían en los escaparates los preservativos más fantasiosos. En la calle Sant Ramón habían tres locales: en el nº 10 La Faborita, en el nº 6 La Previsión y en el nº 1 La Mascota "La primera casa que se dedica a la venta de gomas higiénicas de todas marcas. Mataladillas en polvo".
El jueves 26 de enero de 1939 las tropas franquistas ocupaban Barcelona. El 10 de febrero la guerra civil finalizaba en Cataluña. Se iniciaba entonces una posguerra marcada en el ámbito político por una represión violenta y desmesurada y por una reespañolización cultural implacable, y en el ámbito económico por una escasez de productos alimenticios, de materias primas industriales, de energía y de todo tipo de maquinaria. Fueron años de racionamiento, del plato único, de pan adulterado, de la targeta de fumador, de restricciones eléctricas, de falta de carburante, de cierre de fronteras... Era la época en que cada día llegaban a Barcelona trenes sobrecargados de inmigrantes y en el que el barraquismo se imponía al desarrollo económico. La tuberculosis y el tifus hacían estragos. La mendicidad aumentaba de manera espectacular.
En contraste con esa miseria generalizada y como consecuencia directa de la formación de un mercado negro, estaba lo que podríamos denominar el mundo de los especuladores, donde el dinero circulaba a raudales.
Los estraperlistas animaron una vida nocturna barcelonesa que, poco a poco, fue abandonando su tradicional ubicación para trasladarse a otros puntos de la ciudad.
El Paral.lel ya no atesoraba aquel perfume tan peculiar que había creado leyenda. El férreo clima moral imperante apenas dejaba espacio para los espectáculos picantes. Los tímidos intentos de artistas y empresarios eran cortados de raíz por los censores de la Delegación Provincial de Educación Popular.
Eran buenos tiempos para los cines. El cine Argentina tenía una clientela muy especial. Allí no se iba a ver películas, allí se iba a buscar calor y reposo. Por menos de tres pesetas, uno podía echar una cabezada desde la mañana hasta la una de la madrugada. Los ronquidos eran parte del espectáculo. A veces el operador se equivocaba de rollo y proyectaba toda la película al revés. La gente no se enteraba y lo más seguro es que no le dieran importancia. Igual que en el cine Diana, era posible que una mano se acercara a alguien, sólo que en este caso se trataba de la mano de una "pajillera".
El ambiente de pobreza extrema de la posguerra hizo que el número de prostitutas creciera. Entre la basura y los escombros aparecían frecuentemente siluetas difuminadas de fetos humanos. El aborto se reducía a una simple cuestión de supervivencia.
El 12 de febrero de 1955 la policía localizaba una especie de fumadero en la calle Sant Ramón nº 18, 2º 1ª. En este piso se realizaban actos inmorales y al mismo tiempo tenían lugar algunas reuniones de personas de baja condición moral para fumar grifa. La detenida vendía cigarrillos de grifa o los llamados petardos a tres pesetas la unidad.
En la década de 1960 las calles Sant Ramón, Sant Oleguer y Tàpies formaban parte de la famosa "ruta de los elefantes", llamada así porque a los numerosos bares y tabernas existentes concurrían hombres y mujeres con "la trompa para beber un chato más".
En 1988, los clanes africanos de raza negra controlaban el mercado de la heroína en el Raval y en los alrededores de la Plaza Real. Todo estalló el 22 de febrero del mismo año, cuando varias decenas de gitanos armados empezaron a golpear indiscriminadamente a todos los negros que se cruzaban en su camino. El origen de la trifulca estaba en la muerte por sobredosis de heroína de cinco personas, entre ellas dos hermanos gitanos miembros del conocido clan Heredia. En los días posteriores al suceso la policía intensificó la vigilancia en los puntos claves y la calma retornó.
Datos extraídos del libro Historia y leyenda del Barrio Chino escrito por Paco Villar.

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